Iban todos muy arreglados (ya empezamos… ¿todos?). Rectifico: Iban todos lo más arreglados que podían ir, dadas las circunstancias. Empecemos por las damas: tras un continuo ir y venir entre el vestidor y el tocador, se decidieron por algo chic, ni muy arreglado, ni informal, ni vanguardista, ni clásico, un toque de distinción, la charme, ya se sabe:
Loly de negro total, salvo por esa faldita que, oh fortuna, consiguió por cuatro euros de nada en una de esas tiendas minimal que visita. La Pepa, de Anita Obregón, fantastic minivestido con leggins y taconazo. Inma, de portada de Vogue: el traje sastre siempre favorece. Caty, como no tiene nada que ponerse la pobre, estrenó una chaquetita roja de Elogy, discreta como ella misma.
¿Y los caballeros? A decir verdad, el único caballero era Eduardo: chaqueta clásica y corbata. Los otros a lo suyo. Alejandro de heredero de la revolución cubana; Juan Edu, look de pedir aguinaldo (ya sabemos, jerseycito para el frío) y Velasco…inenarrable.
¡Qué sitio tan agradable ¡ exclaman todos, prometiéndoselas muy felices. Qué armaritos tan monos, con libros, parece una casita de cuento. Qué detalle las mesas, con manteles de hilos, servilletas de verdad y platitos blancos. ¿Y el maître? Supereducado, atento, qué gran noche nos espera…
No sé por qué cuando llegó la carta nos dio mala espina. Un formato tan grande y tan pomposo, pocos platos y algunos nombres imposibles. Así, el desfile de couché, cochons, petit, capuchino, capuletti, fifí, fefé, oh, la, la (leer tout en française, s´il vous plaît).
Dios mío de mi vida, ¿dónde están las patatas panaderas, el pollito en jengibre, la caldereta, la ensaladilla rusa, la tortillita de patatas, el revuelto de la casa, las croquetas de jamón?... En fin, vamos a seguir la estela de la Pepa que parece muy acostumbrada a estos ambientes (no en vano su marido es empresario) y nos recomienda algunas cosas. El caso es que, con esfuerzo y ayuda del maître (aquí comenzó este hombre su calvario) completamos la comanda (que aquí no debe llamarse comanda sino peticioné…)
Ay, qué hambre tenemos. Sin merendar, corriendo para completar los invisibles, venga ducha y lavado de cabeza, arreglo, colita de caballo, medias, calcetines, tacones, fuera tacones. Ay, qué hambre, Dios mío.
Vamos a mojar el pan en aceite (pero no con tanto brío, Velasco, que ya te has manchado la camisa). Vamos a probar el pan de amapola, a masticar despacito los picos (los picos eran picos, eso sí). Vamos a beber, que eso cunde mucho. A ver si riéndonos nos olvidamos del hambre. Pero, mira, ha llegado una bandejita de aperitivos de la casa, unas graciosas galletitas con paté, nos toca una, bueno, peor es nada. Sobra la de Velasco (que come de caprichos) pero su Adjunto raudo y veloz se la zampa, sin encomendarse a nadie (este Adjunto es así, siempre al quite). Luego llegan las copitas con líquido rojo y otro líquido más en otro vasito y otra cucharita y no sé cuántos cubiertos y recipientes más (ya sé dónde echa esta gente el dinero que cobra: en lavavajillas).
Después, el jamón. Eso sí, jamón, ay qué alegría, una cara conocida, el jamón, como el jamón de mi casa, el jamón de bocata de jamón, el jamón del cerdo de Jabugo, venga, pilla el pan y menos cháchara, que el jamón va a durar bien poco con estos caníbales. ¿Y si me pongo un bocadillito de jamón con el pan de la amapola?
Pero, ay ilusión perdida, esto es sólo un respiro, un engañabobos. La nueva cocina está de nuevo aquí: todo nuevo, para nuevos estómagos. El hojaldrito, la endibia, la alboronía, todo minúsculo, pequeñito, un bocadito, los jugos gástricos, la leche…
No importa, nos resarciremos con el plato individual. Porque una presa tiene que ser una presa y el atún tiene que ser atún y la dorada, será dorada, digo yo.
Bien, sí, desde luego, aunque claro, los matices… La dorada es una hijita de dorada, una doradita infantil. La presa es una esquina redondita de presa, presita, en fin, menos mal que lleva una patata. El atún (a todo esto, a la Pepa le parece todo bien), bueno atún es, desde luego…
Los postres, que lleguen los postres, los postres son cosas dulces que llenan el estómago y seguro que en eso no hay trampa ni cartón (en esto acertamos, lo único)
Tras este marasmo de menú longue et droite, de acordarnos de los antepasados y descendientes del maître, de preguntar ¿a quién se le ocurrió este sitio?... Ni que decir tiene que el interfecto callaba y callaba, con aire culpable, pero claro, las defensoras de la verdad tuvimos que estar al quite: Fue Edu, fue Edu…, llegaron los versitos en prosa de Caty (bien bonitos, la verdad, y nada de en francés, en cristiano, como Dios manda) y luego los regalitos y más risas y a ver quién me ha regalado y unos pensando vaya tela este qué poco se ha gastado y el otro qué falta de imaginación y otra vez el collarcito y…y…y…
Vámonos p´casa que me voy a tomar un tazón de chocolate con magdalenas migadas que no se lo va a saltar un gitano y queden en paz los de la nueva cocina que con mis fogones de siempre yo me apaño.
Texto y fotografía: Caty León Benítez